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Poema de la Sem.Nº 1 (Andrey Araya) |
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Poema de la semana Nº 1
MADRE
Andrey Araya
Madre…
tu sangre desnuda es el inicio
de todos los mares,
de todos los caminos,
de todas las fugas,
de mis pensamientos perdidos
como palomas en trance.
Sigue llamando al crucifijo
con el que me persignas cada mañana,
que aun en mis noches de fiesta,
cuando me gana el vientre
y esta sed de tiempo
me atora las calles
y el humo en la garganta,
-aun entonces-
llevo tu canción de cuna
como una moneda en el bolsillo:
y sigo llevando invisible
el calendario de animales
donde me inventaste la palabra.
Me has engañado, madre
-nos has engañado a todos-
No soy yo el que te sobrevivo:
intercambiaste la eternidad
con el azul giroscopio del mundo.
Y te has quedado para siempre
en las paredes del hogar
con el truco de tu risa,
en el zaguán y su olor
al café piadoso de la tarde,
en el miedo nocturno que atabas
a la pata de mi cama
para doblegar los malos sueños.
Te has quedado
en la ida y vuelta del horario,
en la campanilla de aluminio
que hiere el silencio del cielo al techo,
Te quedas en el alfabeto
con el que te multiplican los idiomas,
en las vaquitas incansables de la cocina.
Te quedas en mi cuadernillo
de palabras rotas y vencidas,
en el último beso que algún día
me habrás de dar...
Nos has engañado a todos, madre,
porque te has quedado
hasta en el incansable tamborcillo del olvido. |
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Poema de la Semana 11 al 17 de febrero 2013 |
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Esta vez, como poema de la semana, hemos escogido un pequeño cuento, muy poético, que escribiera Isabel Hernández y que leyera durante el Recital-Homenaje que POIESIS le dedicase a Luz Ala Chacón. He aquí el breve relato, casi prosa poética:
Domadora del tiempo
A Luz Alba Chacón
Quien coquetea con el tiempo hecho metáfora
Con la sabiduría de quien carga la curiosidad siempre en una pequeña bolsita color rojo; ella resucitaba laberintos. Algunos habían muerto por una pasión, otros por venganza, hubo uno que se ahogó en un río, dejando pequeños caminos huérfanos.
Por eso el Tiempo se enamoró de la dirección exacta de su sonrisa: un guiño, una carcajada, unas cuantas letras acariciando su espalda y de pronto... todos los labios de la historia le susurraban mares y montañas en sus ojos.
El Tiempo quiso ser carne para ella, pero finalmente concluyó que la mejor manera de entregarse era respirando poemas desde la hoja en blanco.
Por eso, a partir de ese instante, cada uno de los minutos se empapa de tinta, solo para verla desenvainarle la mirada al tiempo.
Isabel Hernández
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