Aquí estás, Camila del dolor,
con tu hígado nuevo,
dispuesto a destilar
cada gota de vida
en tu cuerpo aterido.
Víscera arrancada a la muerte
por una Voluntad indescifrable,
y ofrendada a tu vida
en una dación de vértigos y asombros.
Aquí estás, nieta mía,
sobre la cama
con tus bracitos en cruz
poblados de agujas y sensores:
todo lo que pueda mantenernos la vida
en esa zona liminar, muda e indescifrable,
pero extrañamente iluminada
por los espejos del dolor
y de la pertinaz esperanza.
Aquí estás en tu penumbra,
tan semejante al miedo.
Invadida por sedaciones,
los tenues paraísos de la morfina
y tanto ingenio bioquímico
que hace su matinal milagro.
Aquí, donde cada día
te encuentra vivificada en tu penuria,
victoriosa de una noche más,
a enfrentar la mañana
y el amor compartido
de una resurrección.