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Isabel Hernández (Narradora y Miembro Fundador)

Isabel Hernández
(Narradora)




Ana Isabel Hernández González nace en San José en 1987. Durante sus primeros años vive en Tres Ríos, hasta la separación de sus padres. Parte de su infancia y su adolescencia tuvieron lugar en Ciudad Quesada, San Carlos. A la edad de 14 años empieza a escribir relatos cortos,  y más adelante se incorpora al taller Coronel Urtecho, donde da sus primeros pasos en la poesía. Más adelante entra a la Universidad de Costa Rica, donde recibe el curso de taller literario con Julieta Dobles, gracias a dicho evento formaría parte posteriormente del Círculo de Escritores Costarricenses. Cursó la carrera de Filología Española y en la actualidad también estudia Sociología.En el presente escribe principalmente cuento y participa del Taller Literario Poiesis.



 

LA LOBA FEROZ

Había una vez, hace no tanto tiempo, una niña a la que siempre le contaban cuentos de hadas. Cada noche su padre le tejía historias de princesas, príncipes, lobos, dragones  y brujas. 

Y fue así como está niña, Quijote como cualquier otro infante, de tanto escuchar y leer cuentos de hadas, decidió un día convertirse en nada más y nada menos que una loba. Es curioso, cualquiera hubiera esperado que quisiera ser princesa; pero no, después de analizarlo semanas llegó a la conclusión de que ella jamás podría ser una: su cabello no eran largos rizos dorados, era negro y corto desde el día que se puso a jugar a la peluquería con su amiga Luisa; su piel no era blanca como la nieve, era color canela, como la de su mamá; su repertorio de vestidos se limitaba uno que le regaló su madrina para ir a misa, el cual le resultaba tan insoportable, como la castidad para el cura que daba el sermón. 

En cambio el lobo, ese si era un personaje interesante, sabía lo que quería y luchaba por obtenerlo; sus objetivos no eran inalcanzables, él solo se las ingeniaba para conseguir comida, eso era todo lo que necesitaba para ser feliz. Él era grande, de eso no cabía la menor duda: grandes ojos, grandes orejas, grandes brazos, grandes ideas... Y como no mencionarlo, el lobo, al igual que ella, sabía que tenía el mundo en su contra.

Ya estaba decidido, no sería princesa, sería la niña-loba. No esperaría un príncipe que la rescatara, esperaría una caperucita, con una canasta llena de comida, que errara su camino, o un cazador que tratara de atacarla por cometer el crimen de tratar de sobrevivir.

Cuando la niña-loba creció fue catalogada como líder negativa y enviada donde un joven sicólogo, quien le pudo haber diagnosticado paranoia, de no ser porque quedó  dominado (o liberado tal vez) por ese par de lunas negras que lo convertían en lobo cada lunes a las tres en punto. 

Sin embargo, este era un lobo que quería ser príncipe, y ¿cómo culparlo? Si como lobo, solo buscaba saciar su apetito, y todos sabemos los banquetes que se dan los príncipes; pero esta idea de querer ser príncipe, lo hacía luchar contra sus instintos de lobo y fue así como, con las mejores intenciones, se dedicó principalmente a escuchar a la nueva paciente.

Había algo en el tono de su voz, él sabía que ella no era tan inocente como decía ser. Mas ¿cómo juzgarla si  no podía parar de enroscarse en esos rizos negros que caían sobre el escote de canela, o de amaestrar en su mente esas manos que jugaban con el bolígrafo? Él estaba inevitablemente seducido.

 Ella podía ver claramente a aquel lobo deseando liberarse, y maliciosamente, consciente del efecto que provocaba en este hombre le dijo. –Es aburrido viajar sola ¿me podría acompañar a mi casa?-

 Y en ese momento se liberó el lobo...

 



 

 
Poema de la Semana 11 al 17 de febrero 2013  
  Esta vez, como poema de la semana, hemos escogido un pequeño cuento, muy poético, que escribiera Isabel Hernández y que leyera durante el Recital-Homenaje que POIESIS le dedicase a Luz Ala Chacón. He aquí el breve relato, casi prosa poética:

Domadora del tiempo





A Luz Alba Chacón

Quien coquetea con el tiempo hecho metáfora



Con la sabiduría de quien carga la curiosidad siempre en una pequeña bolsita color rojo; ella resucitaba laberintos. Algunos habían muerto por una pasión, otros por venganza, hubo uno que se ahogó en un río, dejando pequeños caminos huérfanos.



Por eso el Tiempo se enamoró de la dirección exacta de su sonrisa: un guiño, una carcajada, unas cuantas letras acariciando su espalda y de pronto... todos los labios de la historia le susurraban mares y montañas en sus ojos.



El Tiempo quiso ser carne para ella, pero finalmente concluyó que la mejor manera de entregarse era respirando poemas desde la hoja en blanco.



Por eso, a partir de ese instante, cada uno de los minutos se empapa de tinta, solo para verla desenvainarle la mirada al tiempo.



Isabel Hernández



 
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